Cuando trabajas en un centro educativo -o en cualquier otra organización- a cada miembro de la comunidad le asignas un rol en función de la tarea o del trabajo que realiza. Y te formas una imagen mental de cada cual según ese planteamiento un tanto estereotipado.
Pero la vida es mucho más que el trabajo. Comprende también la esfera de lo personal. Y es precisamente en ese tiempo perteneciente al ámbito de lo privado cuando empiezas a descubrir aficiones, intereses y pasiones que, normalmente, quedan ocultos en el devenir de lo cotidiano.
Tal es lo que me sucedió cuando empezé a profundizar un poco más en mi relación con Santiago Pinilla. Primero descubrí su dedicación al fútbol sala materializada en la función que realiza como árbitro los fines de semana. Y con el tiempo no tardó mucho en confiarme su segundo secreto y principal afición: su pasión por la música rock.
Condicionado como estaba por el trabajo principal de Santiago en el instituto: oficial de mantenimiento, estos dos nuevos y desconocidos universos habían quedado ocultos para mí. Sin embargo mi endémico desapego hacia la contemplación de eventos deportivos hizo que me interesara mucho más por su segunda afición: el rock.
Santiago ingresa en la Universidad Laboral de Cheste en el año 70. Fue a raíz de una prueba para seleccionar alumnos con buenas capacidades. Allí permaneció dos años cursando el bachillerato elemental (3º y 4º). Luego pasó a la U.L. de Huesca.
Y en la UL de Cheste fue donde se inició en el mundo del rock. A sus doce años, interno, lo despertaban a las 6:30 de la mañana con música. Ponían todo tipo de música pero a él le gustaban especialmente algunas canciones, como por ejemplo la de Titanic "No tengo razón" (en inglés: "I See No Reason")
Esta iniciación musical se fue asentando y, contando ya con 13 años, en el año 1972, nuestro amigo comenzó a comprarse sus propios discos. De vinilo. De los de esa época. Se guardaba la propina y con 70 pts ya tenía para un single. Los "long play" costaban 300 pts. Cuando empezó a trabajar -y hasta los 18 años- compraba uno al mes. Normalmente los conseguía en Guateque o en discos Val en el Tubo. Otros fueron adquiridos en Andorra.
Sus amigos de la peña agradecían estas adquisiciones pues podían organizar guateques en la peña de Montañana con los discos que llevaba. Normalmente la música lenta y de mayor duración era la que más triunfaba. Por ejemplo My love.
Le gustaban especialmente los grupos ingleses y los americanos. Al pasar a Huesca profundizó en su afición pues eran tiempos de baile y discoteca. Todos los grupos de rock de esa época le agradan pero disfruta especialmente de las canciones de Led Zeppelin (Stairway to heaven) o de Who (Quadrophenia). De este último álbum salió un disco y una película.
La tarta de emociones y pasiones con que nos obsequia la vida se elabora con delicados ingredientes personales. En el caso de Santiago la música es un condimento esencial. Cada canción la asocia con recuerdos y vivencias muy específicos.
Ahora el vinilo se está poniendo de moda otra vez. Los discos pueden adquirirse en Linacero, Media Mark o la Fnac. Nuestro amigo disfruta del particular sonido de la música de antes periódicamente ya que cuenta con el equipamiento necesario: plato, amplificador, ecualizador, pletina y baffles.
Con veintitantos acudió a su primer concierto. Y así ha seguido hasta los 54 que cuenta en la actualidad. Ha asistido a muchos y disfruta a rabiar. No le importa mezclarse con gente más joven. Últimamente ha presenciado actuaciones de Heavy Metal.
Santiago escucha rock en el coche, en su casa y en cualquier otro lugar que se tercie. Eso sí, poniendo el volumen alto que es como mejor se disfruta esta música. Y en ese punto tiene que ser especialmente cuidadoso para no molestar a los vecinos.
La impronta que dejan las experiencias que vivimos de niños y jóvenes se manifiesta de una u otra manera a lo largo de nuestra trayectoria. En el caso de Santiago Pinilla, la huella dejada por el rock sigue presente en la actualidad. Es una suerte para él. Como siempre hemos reiterado en este blog "Turismo de personas", una afición vivida intensamente es un regalo, un don que no cabe desperdiciar.