
No nos costaría
mucho remontarnos a la época en la que los relojeros hicieron su aparición.
Según Wikipedia, relojero/a es la persona que vende, hace o repara rejojes. Y
el trabajo de relojero mecánico, con los cambios asociados a los nuevos
desarrollos tecnológicos todavía sigue vigente en la actualidad.
Pero lo que
hace más extraordinario este oficio es la pléyade de personas autodidactas
interesadas y aficionados a los relojes. Auténticos profesionales que, desde
sus domicilios, adornan y complementan el
trabajo de los relojeros de oficio.
En el caso de
J. A. Galve, el inicio de su afición por los relojes se remonta a su niñez,
cuando -siendo un canijo- ya mostraba una irresistible atracción por el
contenido del escaparate de una relojería sita en la calle Santander. Allí se
pasaba horas muertas con la nariz pegada al cristal contemplando los
"guardatiempos".

Ya un poco más
mayor (veintitantos años) trabó amistad con Rafael Pérez de Mezquía, un maestro
relojero con taller ubicado la calle San Vicente de Paúl. Los dos compartían su
pasión por este campo y José Antonio disfrutaba llevándole relojes viejos para
que los reparara. En estos ires y venires nació una amistad que luego se fue
prolongando... ¡en el tiempo!
Con posterioridad
inició sus viajes por España buscando relojerías viejas y antiguas con el
objetivo de recuperar relojes mecánicos que ya estaban obsoletos. La
sistemática era sencilla: miraba direcciones de relojerías y las apuntaba con
la finalidad de visitarlas en cuanto pudiera. Nada que ver con la situación
actual en la que Internet lo ha trastocado todo. Ahora impera el cuarzo y las
piezas se buscan en E-Bay.
Además, con la
finalidad de documentarse a conciencia Galve iba adquiriendo muchos libros de
relojes y de fábricas suizas. Y, en la década de los 90 se desplazó a este país
para visitar varias fábricas. Sus idiomas de referencia eran (ya en esa época)
el francés, el inglés y el alemán.

Aunque hay una
escuela de relojería en Bilbao, Galve lo ha aprendido todo de forma
autodidacta. El disfrute lo encuentra en el hecho de buscar las piezas, ajustar
la maquinaria y ver cómo el conjunto empieza a "latir". En ocasiones
también puede experimentar desasosiego; cuando, por ejemplo el reloj no
"arranca". Este hecho no es infrecuente, máxime si tenemos en cuenta
la complejidad de encajar y ajustar unas 200 piezas de un reloj de sonería. El
material de las mismas puede ser acero, titanio o carbono.
Naturalmente
dispone de toda la instrumentación necesaria para efectuar las reparaciones e
incluso componer relojes nuevos así como un aparato calibrador electrónico. No
hay que dejar nada al azar.
Ponerse el
monóculo de relojero y meterse en faena requiere una cierta dosis de
inspiración. A veces pueden pasar meses sin tocar un reloj. También puede
ocurrir justamente al revés y no poder quitarse la lupa del ojo. Pero hay que
tener cuidado con los excesos. Una enfermedad típica del oficio es la
prostatitis, por no hablar de las afecciones de espalda...

Hablando de
sofistificaciones, este mundillo da para mucho. Por ejemplo, me comenta que la
marca Patek Philippe tiene como norma que cada relojero haga un solo reloj. O
el caso de Seiko, que fabrica series limitadas de relojes. No hace mucho
entraron 6 de ellos en España. También Zenith fabrica cronógrafos de diseño, sin
olvidar otras marcas como Jaeger-Le Coultre.
En todo caso
la adquisición de ejemplares raros constituye una buena inversión
consiguiéndose, en ocasiones, rentabilidades del 30% al 40%. Es evidente que la
relojería de alta calidad diferencia.
La
conversación sigue y sigue y se desvía por múltiples derroteros, entre ellos su
entusiasmo por el arte románico…. Es evidente que José Antonio, en ambos campos
tiene mucha cuerda...
