Porque Antonio ha practicado casi todos los deportes con ese componente de riesgo: ala delta, escalada, espeleología, judo, taekwondo, piragüismo, lucha sambo, bicicleta de montaña y otros muchos más que seguro que me dejo. Y siempre, hasta ahora, los ha realizado con ese apasionamiento, tesón y fuerza de voluntad que tanto le caracteriza.
Claro, que para ser campeón regional de judo en sus distintas categorías y medalla de bronce en el Campeonato de España, uno tiene que ser muy firme en sus convicciones, constante en los entrenamientos y disponer de una férrea voluntad para mantener el tipo y no caer en las vanidades de la vida.
Hemos quedado hoy, domingo a las 12:30 y ya me estaba esperando en el parquecillo construido recientemente al lado de las ruinas del Convento de San Lázaro. Le he acompañado junto a su hijo pequeño hasta su domicilio y muy amigablemente hemos empezado a departir sobre sus aficiones e intereses así como su trayectoria pasada.
Dos fotos a dos de las muchas condecoraciones de Antonio: mejor deportista del año en la modalidad de judo (1985) y también mejor deportista soriano en este mismo año. Previsor, ya tenía preparada una fotocopia de su historial deportivo en el que aparece muy joven y con buena mata de pelo que todavía conserva para mi propia envidia.
También me ha facilitado un folleto en el que aparece bailando con su compañera Gema ya que ambos regentan la Asociación de Bailes de Salón Slow Dancing.
Con estos dos documentos en mi poder ya disponía de una mínima base para elaborar este artículo pero lo realmente sabroso ha sido el paseo que ambos nos hemos dado por la orilla del Ebro desde el Puente de Piedra hasta el de La Almozara.
Caminando tranquilamente he podido bucear a más profundidad en los orígenes de su afición por el deporte. Antonio recuerda que, ya de niño, disponía en su pueblo de un mini-gimnasio en la cochera. Allí se entregaba con tesón a practicar los golpes y movimientos que minuciosamente se describían en los libros de karate y judo que conseguía. No había entonces vídeos. Así trabajaba más la imaginación. Una facilidad natural para aprender esas técnicas unida a un diseño corporal muy apropiado para estos menesteres constituyeron la "fórmula magistral" que hicieron llegar a Antonio a lo más alto del mundo deportivo.
Enseguida se introdujo en la disciplina del judo y lo practicó con intensidad en su ciudad de origen: Soria. Luego se trasladó a Madrid a cursar estudios de INEF y allí siguió practicando y mejorando su técnica. Todo este trabajo desencadenó en el aluvión de trofeos y reconocimientos que incluyo en esta misma página. La lista de reconocimientos que han venido después es, también, interminable.
Como la práctica del judo tiene fecha de caducidad y del Río ya va entrando en años, siguiendo su estela de focalizar actividades y entregarse a fondo a las mismas, ya lleva unos años en los que ha dejado ese deporte para dedicarse en cuerpo y alma a los bailes de salón. Y como el resto de las modalidades a las que se ha dedicado, lo hace de maravilla. Tanto es así que en la Expo realizó múltiples exhibiciones y, actualmente, continúa con esa labor.
Nos conocemos desde hace cuatro años cuando yo llegué al Instituto Río Gállego. Desde el primer momento en que nos saludamos ha sido para mi un compañero solícito y afectuoso. Siempre animando a salir al monte, ir de escalada o a recorrer barrancos. El pirineo le tira un montón y siempre se pone en cabeza a la hora de organizar una salida y animar a la gente para que se apunte. Con sus alumnos, igualmente, los motiva y los entrena para que logren los objetivos planteados en la materia de Educación Física.
La charla durante el paseo ha sido sosegada pero intensa. ¡Tiene tantas cosas que contar! Una vida tan intensa da para muchas anécdotas y Antonio me ha contado varias de ellas que no tienen desperdicio.
Es sabido que el tiempo, en determinadas circunstancias se contrae. En este caso no ha sido por viajar cerca de la velocidad de la luz sino por lo animado de la conversación y la buena mañana de la que hemos disfrutado. El caso es que, sin darnos cuenta, ya se nos habían hecho las dos y cuarto y ambos debíamos partir a nuestras obligaciones.
Cuando he llegado a casa y me he enterado que teníamos paella para comer, el círculo del buen vivir se ha cerrado y de nuevo he tenido la sensación de haber aprovechado muy bien la mañana del domingo.
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