Ayer subí de nuevo al pueblo con una doble intención: por una parte visitar a mi padre y por otra entrevistarme con Javier G. Sé que su gran pasión es la caza. Lo sé desde niño ya que ambos hemos compartido muchos momentos y vivencias en torno a la actividad cinegética. Yo también fui cazador en su momento, aunque nunca viví esta afición con la intensidad y dedicación con que lo hace Javier.
No me costó encontrarlo. Al pasar por el bar "Toperas" su hermano -que entraba en ese momento- me indicó que se encontraba en el interior del establecimiento. Pasé a saludarlo y también con la intención de quedar para hacerle la entrevista por la tarde, pero, como es habitual en él, me dijo que en unos instantes se iba a ir "a la perdiz".
Así es que escribo esta crónica con retazos de recuerdos de los muy buenos momentos que hemos pasado juntos y con el deseo de completarla cuando pueda hablar con él con más tranquilidad.
La caza y todo lo que gira en torno a este mundo han sido desde siempre un núcleo muy importante de vivencias y actividades en Uncastillo. Naturalmente, cuando éramos niños, también nosotros nos imbuimos de esa afición pero nadie como Javier G. la ha vivido - y la sigue viviendo- con tanta pasión.
Por su condición de "herrero" ha tenido acceso a escopetas y armas de todo tipo y calibre y por su carácter curioso e inquieto indagaba con frecuencia la mejor manera de que sus herramientas de caza estuvieran perfectamente revisadas y puestas a punto. En más de una ocasión, siendo niños, nos convocaba a los amigos para probar tal o cual mejora armamentística y nos deslumbraba con fenomenales detonaciones de cartuchos reforzados.
La Herrería de su padre era como mi segunda casa. Siempre encontré acogida y buena disposición cuando allí acudía para reparar la bici o la moto o componer algún mecanismo estropeado. Recuerdo que yo entraba y salía sin dar cuentas a nadie y que siempre encontraba a Javier, su padre Ángel o su hermano Antonio dispuestos a ayudarme. También recuerdo buenas meriendas en su casa aderezadas con anécdotas sin fin sobre la caza. Desde estas líneas le agradezco todos esos buenos ratos que compartimos.
Por otra parte, Javier siempre ha sido un espíritu libre. Nunca ha soportado ataduras ni imposiciones. Siempre ha llevado una vida independiente saliendo a cazar cuando se lo pedía el cuerpo. Su afición por la caza corre paralela con su tendencia a patear el monte. Ambas aficiones están intrínsecamente unidas en él.
La nómina de animales cazados (conejos, perdices, becadas, patos salvajes, jabalíes e incluso, algún ciervo) es amplísima. No sé si llevará la cuenta de todos ellos pero me consta que, hasta la fecha, lleva cobradas un montón de piezas.
Pero, ¡ojo!, no pensemos que su actividad principal sea abatir animales. Me consta que lo que verdaderamente le gusta es el reto, ponerse a prueba y lidiar con la rapidez y la astucia de las especies que pretende cazar. Y seguro que le gusta también esa sensación de libertad y de independencia que proporciona la caza ya que, habitualmente, suele practicar en solitario este deporte. Él y sus perros, que también constituyen otro mundo al que se entrega con total dedicación.
Recuerdo interminables relatos de caza en el bar. Aventuras de todo tipo y anécdotas sin fin, porque casi 50 años de afición dan para mucho. Y también recuerdo el nombre de algunos perros que Javier G. ha tenido y cuya sonoridad siempre me llamó la atención: "Perla", "Corbata", "Canela" y "Tom", entre otros.
Ayer me dijo que se había agenciado unos perros bretones que son muy buenos para la perdiz. También me comentó que ya no va al jabalí ("jabalín" en uncastillero) aunque no llegamos a profundizar más en las razones de esta decisión.
De pequeños íbamos juntos a cazar pájaros (era habitual por entonces esa actividad aunque ahora la repruebo totalmente) y luego los preparábamos asados en el castillo con Javier Cay. En verano nos obsesionaba la caza del vencejo ("baucino" en uncastillero). El desafío consistía en abatirlos en el instante en que, por unos segundos, se introducían en las oquedades de las paredes del castillo. Ahora, de mayor, me doy cuenta de que nuestro afán no era tanto matar estos animales sino poder tocarlos, contemplarlos desde cerca y, sobretodo, demostrar nuestra habilidad sintiendo el orgullo de capturar unas aves que suelen alcanzar velocidades de hasta 160 km/h.
También compartimos muchas salidas conjuntas yendo "al conejo". Nadie como él sabía interpretar los ladridos de los perros, los rítmicos movimientos de sus rabos y sus idas y venidas siguiendo el rastro. La interpretación de este lenguaje incomprensible del que él tenía la clave siempre me fascinó y me sigue causando admiración.
Ya de más mayores continuamos con otras aficiones compartidas como la mecánica y las motos. Aún recuerdo el viaje a París con su Sangla y otras excursiones realizadas conjuntamente en las que yo iba con la Ducati.
Hace tiempo que llevamos vidas muy diferentes. Él en el pueblo, libre en los ratos que no trabaja, sin compromisos familiares y con todo el término municipal a su disposición. Y yo en la urbe, metido de lleno en el mundo de la educación, de las normas, de los derechos y deberes y también dedicado a mi familia.
Sin embargo cuando volvemos a encontrarnos me alegro de retomar y recordar una parte muy importante de mi vida en la que Javier G. ha constituido sin dudar, una pieza muy significativa.
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